martes, 13 de octubre de 2009

mardito jueves

Para hablar del jueves tratado en la pseudo crónica pasada hay que hablar necesariamente del miércolesinmediato anterior. El horario del plan fracasional era de 7:30 de la mañana hasta las 4 de la tarde, aunque siempre se prolongaba un poco más, pero el miércoles se pasaron y llegaron a golpe de siete de la noche. En vista de que tenía que esperar a juro en Parque Central lo hice en compañía de tres panas de la agencia que al igual que este servidor esperaban en cualquier momento la aparición de San Bonifacio. La espera se hizo, por supuesto, entre cervezas y habladera de paja y, cuando el chamo llegó, hambriento y lladillao, pedimos comida y más cervezas. Total que nos despedimos como a las nueve y ellos tuvieron que completar mi parte de la cuenta (mi párvulo come más que un perdido cuando aparece) porque los cajeros automáticos confabularon esa noche en mi contra así que llegamos limpios a la casa pero con la barriga llena (el chamo) y el corazón contento (tanto el chamo como su padre, el Bono se aparecería en cualquier momento) a dormir, los días del plan fracasional nos levantábamos a las 6 de la mañana pa tener bastante tiempo pa manguarear

El jueves mardito empezó para mí muy tempranito, como dije en el párrafo anterior (y lo repito para acentuarlo: levantarse a esa hora es inhumano) porque fue a las 6 aeme. Por la feliz circunstancia de la visita del chamo mi despensa estaba ocupada por comida de verdad y, además, sana, así que mientras calentaba el agua (en el rancho en que vivo no hay agua a esa hora, así que la higiene obliga a tomar baños de tobo [en Maracaibo llamados de balde] con el agregado de agua caliente pa que se entibie, demasiada tortura la hora como para sumarle el detalle de la temperatura) iba preparando un tentempié, ponía música y ladillaba al chamo pa que se levantara. Soportamos estoicos el apretujamiento del metro y llegamos a Parque Central puntuales como siempre. Lo primero que hicimos fue acudir a un cajero a sacar algo de plata y verificar si el santo más venerado de esos días, Bonifacio, se había materializado. Sólo estaba mi famélica quincena de 617,83 bolívares fuertes. Saqué el equivalente a media quincena, le di 50 bolos al chamo, lo dejé en el plan fracasional y subí presto al piso 16. Ahí me encontré con Gabriel, que llega todos los días a las 6 de la madrugada con una sonrisa que le daba tres vueltas a su cara en vez del habitual bostezo de bienvenida (me imagino que se debe levantar a golpe de 4 aeme). Sí. Le habían depositado el bono.

Se lo habían depositado, aparentemente, a todo el mundo. Esa agencia irradiaba alegría por los cuatro costados y los agiotistas ya empezaban a hacer aparición en busca del producto de su duro trabajo diario. Yo, para ser sincero, estaba de una sola pieza, anonadado y atónito, no tengo otra manera de describir la vaina. Los que iban llegando me recomendaban que hablara con Tibisay, la jefa de recursos humanos, porque se debía tratar de un error malintencionado de los remarditos que están detrás de eso. Fui hasta la inhumana oficina de recursos humanos donde me informaron que no había recibido el bono “porque había estado de reposo médico” (esto, por demás neoliberal extremo, “los enfermos no cobran”, no se ajustaba a la realidad: además de buenmozo y simpático, gozo de una precaria salud de hierro, como dice Sabina), al llamar a capítulo a la funcionaria que había dado tal declaración, ésta se corrigió diciendo que era “porque estaba de «comisión de servicios»”. Volví a la sala de redacción y a todo el que le decía las razones escuchadas me decía que eso era ilegal, que peleara, “no te vayas a dejá jodé, maracucho” era la frase última de esos consejo y la frase que más he escuchado últimamente.

Tuve que esperar a la tal Tibi hasta las 8 y media (el plan fracasional empezaba a las 7 y media, pero tenían a los chamos una hora sin hacer nada útil, los ponían a cantar y a gritar consignas demasiado infantiles para la mayoría de los infantes presentes), hora de su habitual y nutritivo desayuno, así que tuve una espera adicional, tras la cual fui informado de lo que ya sabía, que por estar de comisión de servicios en Ávila Tv no me tocaba Bono. Le pregunté si me podía dar esa información por escrito y no pensé que se pudiera ofender y arrechar tanto, pero se volvió una fiera ofendida y me dijo que nada de eso, que si quería (verga, no, no iba a querer) hablara con Freddy.

La secretaria me informó que Freddy “llegaba después de las once”. Si sacamos cuentas estas palabras fueron dichas minutos después de las 9 aeme, la reunión con Tibi fue más bien breve si descontamos el tiempo de su desayuno, que tuve que esperar de antesala. Por otro lado tenía compromisos en Ávila Tv, la súper producción “Apaga la Tv” sería el viernes y, aunque mi participación fue ínfima (por eso quedó tan bien) no me podía aparecer al mediodía. Decidí, entonces, buscar su teléfono y enviarle un mensaje, en caso de que fuera movilnet, desde una de las computadoras de la agencia ya que no tengo celular. En año y medio que llevo en la agencia nunca conseguí que alguien me diera el teléfono de Freddy, todos me decían que a él no le gusta que estén dando su teléfono, que se arrecha si alguien lo llama, en fin, un rasgo muy primigenio del burócrata. El jueves mardito, sin embargo, me lo ofrecieron con la aclaratoria de que le dijera que “te lo di yo, y "no te vayas a dejá jodé, maracucho”.

El mensaje enviado desde la computadora (bueno, en realidad sí tengo un teléfono celular que sólo recibe llamadas, no estoy inscrito bajo ningún plan, los de los celulares generalmente son fracasionales) fue contestado con una llamada del mismísimo Freddy unos 10 minutos más tarde y con voz soñolienta in extremis, no digo que aguardentosa pa que no crean que soy demasiado subjetivo pero es lo que provoca poner. Me dijo que, efectivamente no me correspondía el Bono por lo de la comisión de servicios, que hablara con Tibisay. Le respondí que ya había hablado con Tibisay y que por recomendaciones de ella misma en persona me había atrevido a tomarme la libertad de llamarlo. Quedamos en que en un rato iría a la agencia. Esta vez la espera fue larga, o por lo menos así me lo pareció: había quedado con una compañera de trabajo para desayunar y ella con su impaciencia y su hambre contribuyó a que me pareciera larga la espera, lo cierto es que decidimos, después del rato que me pareció largo (y me sigue pareciendo), bajar a desayunar y al volver, reunirme con Freddy.

En la planta baja del edificio, ya en camino a la panadería donde tendríamos el condumio matutino tan esperado, nos encontramos a Freddy, que me preguntó entre bostezos si le estaba montando alcabala, le respondí que no, que lo que pasaba era que con la noticia del Bono, si no desayunaba, convulsionaba. Tanto derroche de humor, les juro que no era gracioso. El presidente de la junta liquidadora de la abn me respondió entonces que empezara a convulsionar porque a los que están de comisión de servicios no les corresponde Bono y que eso yo “lo debería saber”. Para darle fuerza a su argumento me dijo que a él le parecería deshonesto pagarme un bono de productividad si no me podía evaluar. Debo reconocer que tanto cinismo junto me dejó confundido y estuvo a punto de sacarme de mis casillas. Le hice la misma pregunta que tanto incomodó a Tibisay, que si me lo podía pasar por escrito y, así como la coordinadora de recursos humanos, se alteró el presi de la mala junta liquidadora y me respondió que “eso no existe”. El ejemplo y la obra de mis mayores me ha enseñado que si no quieren exponer razones por escrito, hay chanchullo. En vista de que el presi se puso bravo, decidí dejar la cosa así, el menos interesado en que surgieran conflictos que pudieran interrumpir el diálogo era yo: mi Bono era el que estaba en discusión. Le dije que iba, ante tanta negativa a buscar una solución negociada, a acudir al Ministerio del Trabajo.

El desayuno estuvo, como se podrán imaginar, desabrido y frío, y el café, además, amargo. Que conste que la compañera con la que desayunaba es bellísima, simpática y es pana mía; sus palabras de apoyo y de aliento me hicieron tranquilizarme un poco. Como en todos los momentos coños e madre, injustos y contra la justicia me hice la pregunta que siempre me hago. No me lo van a creer y va a parecer ingenuo, pero hay que creer en algo, así que me pregunté como siemnpre qué haría el Ché en semejante situación y me respondí que seguramente tomaría las cosas con calma y analizaría muy bien el terreno porque se asomaba en el horizonte contraataque, pero sobre todo identificaría al enemigo. De mejor humor que antes me terminé el desayuno, me despedí muy agradecido de Emma y me fui a Ávila Tv hasta la tarde, momento en que tendría que recoger a Guaicaipuro.

Como sentía una voz que me decía que se acercaban mis últimos días en la agencia, llegué más temprano que de costumbre por el chamo. Todos, solidarios, me decían que era una injusticia y me echaban cuentos desconocidos para mí, de la agencia. Lo de “cuentos” no son cuentos, las versiones eran corroboradas unánimemente. A esa hora estaba de muy buen humor. Tanto que me puse a conversar con Inojosa y con Tovar, poseedores de un humor muy ácido, corrosivo y remardito, tanto que es mejor estar con ellos o cerca de ellos, para oír por lo menos lo que dicen de uno. En los comentarios que a veces acompañan estas, no me canso de repetirlo, gloriosas páginas, hablan mal de Tovar, en lo personal no tengo nada en su contra: no me parece ni mejor ni peor que la mayoría de la gente que trabaja en la agencia y tiene cargos similares al suyo o superiores al suyo, las veces que me tocó trabajar con él disfruté de total y completa autonomía intelectual y no me ladilló en nada. Cuando me acerqué a ese par de marditos Tovar le comentaba a Inojosa que había pasado a buscar un cheque que le debían por su papel de Urco en el Planeta de los Simios y vio uno para él de National Geographic. Inojosa respondió que ya él sabía porque Erlinda, que también había ido a buscar un cheque, ya le había dicho. Tovar se preguntó entonces en voz alta por qué a ella le pagaban más que al resto. De ahí me empezaron a mamar gallo a mí por lo del bono: casualmente había un cumpleaños y en la agencia Aixa se encarga en estas fechas onomásticas de recoger entre los presentes para comprar una torta, refrescos, pepitos y papas fritas, Inojosa y Tovar le decían que a mí no me pidiera contribución y que si sobraba algo me lo dieran. De más está decir que me iba a morir de la risa con ese par de carajos. Se despidieron con una torta envuelta en servilleta para que me la llevara por si no tenía para darle desayuno al día siguiente a Guaicaipuro.

Durante el día mis reflexiones guevaristas me recomendaron mantener las hachas de la guerra enterradas hasta el domingo, día en el que mi cachorro tomaría su avión de vuelta para la ciudad que vio a Udón arrastrarse hecho verga por sus calles. Durante todo ese tiempo me mantuve sereno y sonriente gracias a la fuerza que me dio la presencia del chamo, así que el domingo se lo entregué al azafato pa que lo montara en el avión y, de vuelta a Caracas empecé a cavilar y a planear guevarísticamente la mejor forma de defensa que hay desde la guerrilla: la contraofensiva. Pero de eso escribiré próximamente, aprovechando que estoy en una etapa de subempleo o buhonerismo laboral que me permite dedicarle más tiempo al ocio y a la pérdida de tiempo que representa el escribir estas, no me canso de repetirlo, gloriosas páginas. Para despedirme de manera que los pocos que hayan llegado hasta este punto digan que la vaina terminó arrecha, cito las palabras de alguien talentoso que nadie o casi nadie conoce. En este caso se le suma el detalle de que queda perfecto para describir las batallas kafkianas (dígame este detallito de Kafka. En lo personal no me gusta para nada el autor y nunca me he leído nada completo de su cosecha y lo poco que leí lo olvidé, pero he ahí la magia del lugar común, cualquiera los puede usar casi en cualquier circunstancia) que se pueden desatar con la burocracia. No me puedo ir sin agregar que el jueves narrado fue jueves 13 y estoy empezando a sospechar que son, por lo menos en mi caso, tan pavosos como los martes.

Y no olvidéis que el torturador es un funcionario, que el dictador es un funcionario, burócratas armados que pierden su empleo si no cumplen con eficiencia su tarea, eso y nada más que eso. No son monstruos extraordinarios, no vamos a regalarles esa grandeza”, Fermín Muguruza.

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