miércoles, 25 de febrero de 2009

Recontrarrequetecuatrimegamardisionistas

Durante mi largo y árido exilio en eslavas tierras compartí el cuarto que tan amablemente me cedían los polacos con un palestino. Aclaro que la amabilidad era también con Waleed (que se pronuncia Ualid) porque se trataba de una habitación para dos personas, sólo que solo vivía antes de la llegada de Waleed y la amabilidad era conmigo solamente.

Waleed es un nombre muy común entre los árabes así que entre ellos lo apellidaban Shatila, porque mi pana Waleed venía de Shatila, un campo de refugiados palestinos en las afueras de Beirut, sitio donde se llevó a cabo una masacre de unas 6.000 personas (suena así muy coñoemadre hablar de “personas” cuando uno habla en realidad de 6.000 historias, con un millón de variantes cada una, de niños, mujeres, ancianos, 6.000 panas que estaban desarmados) los días 16, 17 y 18 de 1982. En esos días Waleed estaba refugiado ahí.

Él me contaba unas vainas que, a mí, que soy reconocido como un duro sin sentimientos ni corazón, me hacían llorar. Ese carajo no sabía lo que era comprar algo en la tiendita de la esquina porque en los campos de refugiados de la onu está prohibida cualquier actividad económica: uno se viste con la ropa que le da la onu, come la comida que le da la onu, es vacunado y atendido por médicos europeos en tiendas de campaña de la onu, en fin, mi hermanito Waleed estaba en aquellas latitudes becado por la onu. Les juro que la arrechera que le tengo a la onu viene de esas conversaciones.

En el sitio donde estudiábamos había gente de todo el tercer mundo, africanos, asiáticos, latinos y europeos del mundo “socialista”, pero entre cada raza se veía la lucha de clases: uno se daba cuenta de una vez quién era de plata en su país y quién no; quiénes eran los sifrinos y quiénes los pata en el suelo. Entre los palestinos, Waleed era de los más pela bola, pero tenía el aura del mártir porque durante la masacre fue herido en las piernas, así que los palestinos de la diáspora lo querían que jode y los que tenían más billetes le brindaban lo que él quería. Él nunca pedía nada ni aceptaba casi ninguna invitación a salir del edificio en que vivíamos. No recuerdo haberlo visto más de cinco veces, en el medio año que nos conocimos, en la calle. Es que ni la nieve, una vaina que embruja a todos los subdesarrollados y los obliga a tirarse en ella, tocarla sin guantes, probar a qué sabe y hacer una bola de nieve, lo hacía salir para la calle. Toda su vida había vivido en un barrio del que no podía salir, un barrio de la onu.

Desde el principio me hice muy pana de Waleed porque siempre he estado del lado de los palestinos. Uno que es chavista pre-Chávez se educó en su casa con simpatías hacia los palestinos por lo que apenas conocí a uno, mártir po añadidura, me hice muy pana del chamo, así que aprovechando esa amistad me hizo una proposición indecorosa: que le vendiera mi pasaporte por 2.000 dolaretes.

Les advierto que ésa era una cifra astronómica en aquellos años en ese y en cualquier país de Europa oriental por un pedazo de documento que en la embajada costaba, en el caso de los venezolanos, 80 verdes. Así que la pregunta obligada fue qué tenía de malo su pasaporte que ofrecía tan exorbitante suma por el mío. Me enseñó su pasaporte, un papel amarillo con muchos sellos y estampillas, con las huellas digitales de sus diez dedos, escrito en hebreo y que sólo le servía para viajar desde Polonia hasta Beirut. Sus planes eran viajar a Suecia con mi pasaporte y una vez allá pedir asilo político. Saqué mi cuenta: 1.920 dolarillos de ganancia y además participaba como cómplice de una acción en contra del sistema (tanto capitalista como “socialista”, porque la acción empezaba tras la cortina de hierro y terminaba tras la cortina de hierro, pero del otro lao); sin embargo había algo que no me cuadraba, así que regateé el precio ofrecido en los siguientes términos: mi pasaporte por los 80 dólares que me costaba en la embajada, pero me dejaban estar presente cuando lo falsificaran, y es que a mí con una de las pocas cosas que no me pueden comprar es con dinero. El documento amarillo de una página impreso por los dos lados que identificaba a Waleed estaba incompleto: le faltaba un sello, el sello de la ignominia. El sello de la onu.

Su respuesta fue un rotundo y escuálido NO, ante mi enmendada pregunta de por qué no podía estar yo, un insospechado de atentar contra la seguridad de nada ciudadano venezolano, de apena 23 años, respondió con un más escuálido NO es NO, es más, ni se lo iba a decir a los palestinos que eventualmente le financiarían el tan anhelado para él, justo es subrayarlo, pasaporte, que eran unos carajos con cobres que vivían seguramente en Kuwait, Omán o Arabia Saudita no como refugiados, pero sí como ciudadanos de segunda con sueldazo de ciudadanos de la diplomacia de la onu.

Yo insistí con la vaina hasta que el ladillao Waleed (porque para él, ese pasaporte azul escrito en español era lo que podríamos llamar un pasaporte a la libertad) consultó con sus sponsors. Los tipos le hicieron un riguroso interrogatorio sobre mí, porque cualquiera en su sano juicio hubiera agarrado sus dos lucas verdes y si te he visto no te conozco. Por otra parte un pasaporte venezolano era muy atractivo porque no despertaba ninguna sospecha, lo que hacía muy tentadora la oferta. Lo cierto es que un día me dijo que Arafat iba a visitar Polonia para abrir una embajada de Palestina, acto simbólico que querían hacer los polacos cuyo sistema “socialista” ya estaba en las últimas y todos, incluido Arafat, lo sabíamos. Podría ver de cerca de Arafat, bueno, no exactamente, me interrumpió Waleed, lo vas a saludar con tres besos como todo macho que se respeta y cada beso tenéis que decirle tales y tales (no me acuerdo, han pasado muchos años) cosas después de cada beso. Y así fue, colado entre el grupo de estudiantes palestinos, besé tres veces a Arafat.

Un mes más tarde vi cómo falsificaban mi pasaporte, cómo le cambiaban la foto, cómo le quitaban el sello a la foto mía y se lo ponían a la foto de Waleed, cómo despegaron la calcomanía transparente que recubría la página de los datos personales y la foto. Todo entre tragos de Jack Daniel’s y con mucha música en un apartamento lujosísimo que pagaba con petrodólares uno de los patrocinadores de la operación ilegal. Sin embargo lo que más me sorprendió fue que el falsificador era el más gris y pajúo y agüevoniao del grupo de los palestinos, todos le mamaban gallo, pero era un verdugo en lo de las falsificaciones y en ese momento todos lo trataban con mucho respeto. Terminada la maldad, el acaudalado palestino que debía pagar mis 80 machacantes me dijo que lo mínimo que él me podía paga eran 200 dólares y que con mucho gusto me daba los 2.000 ofrecidos antes de mi regateo y me los enseñó. Como era de esperar, el guevarista que algunos llevamos por fuera agarró los 200 verdes para no ofender y, antes de irme, el palestino me dijo muy en serio que desde ese momento éramos hermanos, que yo era palestino como ellos y me dio tres besos.

Waleed se fue para Suecia, apenitas llegó pidió asilo político y nunca más lo volví a ver, pero ese carajo es mi hermanito y lo que pasó en Gaza, no joda, me la hicieron a mí también, así que entiendan ese detallito porque me voy a poner odioso a partir de ahora. Por eso mismo es que esta crónica está tan seca y sin gracia: desde diciembre ando odioso con lo de Gaza.

Para empezar, hay palestinos y palestinos; los hay que viven en Gaza, en Estocolmo, en Buenos Aires, en Trípoli o en Jerusalén, porque en Israel viven palestinos también y militan en el “Partido Comunista Israelí”; los hay con cobres y los hay pobres y, entre ellos mismos no hay solidaridad porque la lucha es de clases; en Venezuela la diáspora palestina que tiene negocios explota a sus trabajadores de la misma manera que los productos que deberíamos boicotear “porque se fabrican con sangre palestina”, o algo así; esa diáspora millonaria que felicita a Chávez por romper con Israel convive con los escuálidos, tiene cachifas y educa a sus hijos en los valores del capitalismo y del consumismo; pero, ojo, también los hay pelando bola y matando tigres donde aparezcan, muy honestos, incapaces de explotar a otro ser humano, sinceros, buenos ciudadanos, en fin, palestinos chavistas. Yo me solidarizo solamente con los segundos, con los que son como uno, con los seguidores del Chino Valera Mora palestinos. En las marchas en solidaridad con el pueblo palestino uno ve entre los marchistas gente con cobres que sólo está al lado de los pobres del mundo, con los que quiero mi suerte echar, de manera si se quiere casual, porque ni ellos frecuentan los barrios de uno ni uno los centros comerciales de ellos. La lucha es de clases, claro que Sí.

Algo similar ocurre con la mayoría de nuestros diputados “socialistas” a la Asamblea Nacional: sus hijos viajan a Mayami, tienen cuentas en dólares, se pagan sueldos de la onu, en fin, viven en una perfumada burbuja de privilegios, pero a la vez son bolivarianos, guevaristas y hasta comunistas, que de sus propios labios lo he oído, qué asco. La lucha es de clases, en este caso lo peorcito de la clase política contra los sectores decentes de lass demás clases. Su contribución al pueblo palestino no es más que una condena, verbal y por escrito, a Israel. Deberían donar, cada uno, un mes de sueldazo de la onu a los panitas palestinos en vez de hablar güevonadas y firmar papeles con tremendos membretes y sellos muy parecidos a los de la onu.

Entre los palestinos que conocí entonces había un venezolano muy admirado. Se sabían su biografía con lujo de detalles: fecha y lugar de nacimiento, estatura, nombre completo y profesión de los padres… todo. Ese notable compatriota era nada más y nada menos que El Chacal. No voy a ocultar mi por todas partes manifiesta admiración por ese insigne compatriota, cosa un poco desagradable para el común, que rechaza el terrorismo y respeta las resoluciones de la onu. A ese mismo común, junto a las resoluciones de la onu, se las pasa por el culo Israel mientras aplica el terrorismo. Las resoluciones y los tratados que no consideran el envío de armas como humanitario deben ser irrespetados y enviarle a los panas palestinos armas pa que se defiendan y pa que recuperen sus territorios, para ellos los fusiles son tan necesarios como el agua, de la que por cierto, también los privan. Recuerdo que cuando la guerra en Nicaragua contra la rata pelúa de Somoza muchos gobiernos enviaron armas a los sandinistas, incluida la no menos pelúa rata de CAP. Si comparamos ambas guerras, de bolas que los palestinos se merecen apoyo militar para obligar al invasor a respetar acuerdos nuevos, por Dios que no sean los de la onu, o a irse para el mismísimo carajo.

Un elemento de la resistencia en contra de las agresiones de Israel desde la comodidad de nuestros aires acondicionados y ropita bonita, es boicotear algunos productos que financian algunas cosas que permiten el genocidio. Esas acciones de boicot tienen sus bemoles que las hacen desde la óptica de Gaza, pero sobre todo mientras bombardean, muy ridículas y hasta, lo que llamamos en Maracaibo, odiositas. Para empezar pareciera que el boicot dura mientras duran las agresiones; mientras el fósforo blanco cae en Gaza no se puede comer en Mac Donalds, no se puede usar Wella-Pon y otras prohibiciones más. De todo esto lo que causa más estupor en mi anémico corazón es cuando oigo que alguien dice que alguna cosa se fabrica con sangre palestina, les juro que a veces lo escucho. Hay, sin embargo, unos productos que parecieran ser imboicoteables. Nunca he escuchado sobre las relaciones que puedan haber (que las debe haber, nojoda) entre la Ford, la Chrysler, la GM o la Chevrolet con el gobierno israelí, al parecer hay un “con mi carro no te metas” que va más allá de la solidaridad con los palestinos, la verga tampoco es pa tanto. Siento una voz que me dice que los carros gringos son ensamblados con sangre palestina.

No dudo que alguna que otra compañía cervecera igualmente tenga suficientes manejos financieros con el Estado forajido de Israel como para ser boicoteables, pero la aplastante y arrolladora mayoría de nuestras filas revolucionarias no se anota en ese boicot ni que les bombardeen las casas a sus hijos. Uno los tiene que soportar en las marchas, recién bajaditos de sus camionetas 4x4, disfrazados de las versiones tropicales de Arafat con sus flamantes franelas del Ché, eso sí, pero con gomas Nike y ¡pantalones Levi’s Strauss originales! Ni siquiera tienen la delicadeza los marditos de comprarlos pirateados o chimbos.

Por cuestiones de trabajo me comunicaba casi diariamente por teléfono con una mujer que está en Gaza, durante los días del genocidio. Me contaba los horrores producidos por Israel, de las armas desconocidas que usaba y de la soledad de un pueblo que ve al mundo no hacer nada para detener esa masacre. La mujer se llama Ewa Jasiewicz y evidentemente no es palestina sino polaca y me dijo que está muy bien eso de organizar marchas y concentraciones en Copenhagen, Los Ángeles o Seúl, lo malo es que las bombas caen en Gaza y con esas marchas y demostraciones, muy solidarias y todo, no detienen todo el horror que siembra el ejército de mierda de Israel. Siempre me trató con cierta desconfianza hasta que un buen día le di una buena noticia (es en serio, en medio de un bombardeo constante, lluvia de fósforo blanco y armas desconocidas, se pueden dar buenas noticias): Chávez rompió relaciones diplomáticas con Israel. Se hizo un silencio del otro lado del teléfono y la pobre mujer no me entendía lo que le acababa de decir, así que se lo tuve que repetir tres veces hasta que lo entendió. Acto seguido se lo repitió varias veces en voz alta a los que estaban con ella y me dio las gracias.

Las siguientes llamadas me respondió con una confianza y una amabilidad que ni les cuento. Con lujo de detalles me narraba cómo estaba la situación y me transmitía noticias en pleno desarrollo, como dice el más fuerte que el odio y Blanca Eckhout juntos, Wálter Martínez. Por culpa de Chávez pasé de ser un carroñero de la información, de los que llaman, preguntan, escriben una nota periodística y se olvidan del sufrimiento transcrito, a ser un joven e intrépido reportero de Venezuela, el único país de este planeta de mierda que expulsaba al mardito embajador judío de Israel y rompía relaciones diplomáticas con los terroristas que le caían a bombas a Gaza diariamente. La pobre Ewa no entendía por qué Chávez tomó esa decisión, tan lógica por demás, si Venezuela no es un país musulmán, ni tiene relaciones “históricas” con Palestina, ni tiene problemas con los marditos sionistas y que debe tener mucho que perder por esa decisión, tan lógica por demás. Polaca y en Palestina, ¿haciendo esa pregunta? Por las mismas razones nos metimos muchos en este peo, por chavistas (no son suposiciones de este humilde servidor, la propia Ewa se declaró chavista de la línea dura). También podría decir que se venezolanizó porque de la manera más cándida me pidió, con el mismo tono ingenuo de mucha gente que logra comunicarse con La Hojilla®, que le arreglara una entrevista con Chávez…