viernes, 3 de agosto de 2007

Er compadre

El día del cumpleaños de Bolívar los originales de la ciudad organizaron cualquier sarao y/o convite en el territorio de la Plaza Bolívar. Desde su excelencia el Gobernéitor condecorando al pendejo de Ravell hasta los “radicales” de Frente Francisco de Miranda haciendo lo de siempre: nada. Repartieron los miserables “Los Miserables” cuyo nombre cada vez más es “Los Abollaos”, grabaron el mismo programa de siempre de vIvE, y hubo un taller de petacas dictado por Énder Colina. En definitiva, los únicos que en realidad sabían lo que estaban haciendo y lo hacían bien eran Énder Colina y los muchachos del Frente. Claro, los del Frente son unos virtuosos y perfeccionistas en lo suyo. Énder sólo tiene talento.
Apenitas pasé por la plaza. Me asquea un poco ver a esa suerte de mercaderes del templo paseándose con franelas rojas, gorras rojas, chaquetas caqui de fotógrafo y más de tres chapas (el dueño siempre las llama “credenciales”) colgando desde el cogote hasta la barriga. Ese espectáculo me parece la antítesis del chavismo que milito y practico. Dejé al chamo con su madre en lo del taller de petacas, medio saludé a alguna gente pana y me arranqué. Como miembro de Frente Francisco de Miranda me fui a mi casa a hacer lo que había visto que hacían mis co-luchadores del frente en la plaza.
Había adquirido con el chamo el compromiso de irlo a buscar así que a golpe de siete de la noche estaba allí (uno le dice “de la noche” aunque esté el sol todavía despidiéndose de la concurrencia. Decir las siete de la tarde, aunque sea correcto, suena más pedante que Calixto Ortega explicando la situación del Zulia). Cuando estábamos todos en el carro camino a la casa vimos a mi compadre Sergio, que es, además, compadre de la mamá del chamo y padrinito del chamo. Le dije al chamo “ve, ahí está tu padrinito Sergio”. Decirle eso o decirle que ahí estaba Igor Stranvinsky fue lo mismo: cero reacción. Supuse que no se habían visto ni saludado en la plaza. Lo único que pude pensar fue: igualito a la madre (los dos).
Con el compadre la historia es muy triste y coña e madre, llena de traiciones y conspiraciones, tiene, entonces, todos los elementos que la hacen merecer ser contada: ahí va.
Hace mucho tiempo atrás estábamos mi compadre Daniel y yo montando la vaina en Capirugente ®. Todos los días, después de haber largado la respectiva verga tratando de armar la casa, nos íbamos pal Palmarejo a tomarnos dos o tres regionales de las negras. Más de eso no podíamos tomar: no teníamos cobres y a esa hora estábamos trimamaos. Tanto, que a duras penas nos manteníamos en pie buenos y sanos. En una de esas breves escapadas nocturnas de entre semana nos encontramos a Reinaldo, un oscuro y bajo personaje de canal seta. Con nuestra natural simpatía compartimos, empero, compartimos la mesa y le brindamos una cervesiña al caballero en cuestión. Hablando mal de Daniel Castro y de Javier Parra, se fueron los minutos hasta que mi compadre Daniel recibe una de esas “misteriosas llamadas”, a golpe de diez de la noche. Conversa mi compadre y de repronto me pregunta por mi número de cédula. Hacerle esa pregunta a alguien en un sitio como en el que nos encontrábamos es suficiente como para que lo maten a uno en esta ciudad del sol amada. Como se trataba de mi compadrito hice una excepción y ante mi mirada, lleno de temor, me pasó el teléfono. Nada, era una amiga mía de hace muchos años y que ahora trabaja en caracas, invitándonos a una actividad y la cédula era para lo de la lista de invitados y el número de almuerzos, típico de pdvsa. Le digo a esta amiga que estamos en compañía de un pana de canal seta, que si quiere se lo pasamos pa que converse con él. Claro, cómo no, hablaron y al ratico nos fuimos, pero sin Reinaldo.
Tiempo después esta amiga nos informa, personalmente y cara a cara, a mi compadrito y este servidor que ella también había recibido una misteriosa llamada, aunque no del mismo tipo de misterio que las de mi compadrito, de una Queila de Canal Seta. Esta Queila le advierte que debe tener más cuidado a la hora de invitar a la gente a los eventos, esto lo dice por Daniel y por mí. Al ser preguntada por qué decía eso, ella agregó que éramos unos saboteadores y unos conflictivos. Al ser repreguntada si éramos escuálidos, corruptos, ladrones u oportunistas respondió que no (¡menos mal!). La amiga nuestra se la sermonió sobre la necesidad de unir fuerzas y dejar de estar hablando güevonadas del prójimo. Queila se despidió con un enigmático aunque trillado “después no digan que no se los advertí”. Quedaba claro y tácito el compromiso de no decir nada a nadie de lo conversado, pero los nexos y parentescos son más fuertes que esos compromisos, así que llamé a mi compadre Sergio y le eché el cuento.
Primero se cagó de la risa, diciendo que eso lo decía yo porque le tenía envidia al padre Vidal. Le informé la fuente de donde tenía la información, entonces trató como de darle vuelta al asunto para justificar lo que la Queila de Canal Seta había dicho y hecho. Le pedí que por favor hablara con la bruja y le dijera que no dijera cosas de gente que ni conoce (de verdad, nunca he cruzado palabra con Queila de Canal Seta, la conozco de vista y puedo decir con toda propiedad que es una de las cosas más feas que he visto), pero qué va, mi compadre Sergio le dio en cierta forma la razón y no le dijo nada.
Otro tiempo después, ahora en caracas mesma, en el cuartel general de Misión Cultura. Se apersona nada más y nada menos que Carmen Bohórquez con el currículo de su prima, socióloga y tal pa ver si hay alguna chamba por ahí pa ella. Soy activador de la Misión Cultura así que no es raro que me enterara de lo que esta bruja dijo. Pa rematar la vaina se encontraba presente un pariente mío. La muy mardita dijo “dígame lo que ocurre en el IPC Zulia, con ese asistente que tiene, (en ese entonces “ese asistente” era yo) conflictivo, saboteador y parece un indigente”. Mi pariente no dijo nada, me confesó que con esas acusaciones era muy difícil defenderme. No volví a llamar a mi compadre Sergio para echarle el cuento otra vez, me imagino que lo sabía antes que yo. La prima de la Bohórquez quedó en el IPC Zulia, pero después la sacaron. Cómo sería de mala que con esa madrina y todo, igual la sacaron.
La obsesión que últimamente tengo con el Mariscal Sucre, lo odiosa que pueden ser las comparaciones y lo odioso que soy yo, me llevan a que el inefable Rumazo y cito unos brollos que dijeron de Sucre poco antes de asesinarlo.


Sarria operaba por mandato del general Obando. En el proceso hay, entre otros documentos, la siguiente atestiguación juramentada del sacerdote Justo José Sierra: «Dijo el declarante que, habiendo sido cura en la parroquia de Matituy, ju­risdicción de la ciudad de Pasto, fue un día a visitar al señor general José María Obando en dicha ciudad, por amistad que tenía bastante estrecha con él, y habiendo entrado a su pieza lo encontró en una conversación, o diciendo mejor, orden reservada que le estaba dando al coronel Sarria, en la que, después de haberle saludado, prosiguió diciendo a dicho señor coronel: «Este es el hombre más malo que pisa el Estado, él es caviloso, lleno de astucias, ambicioso, sanguinario y últimamente es opuesto a todas nuestras ideas, es aborrecido de todos y particularmente en este país ... » Y entonces le dijo (Obando) que hablaba del general Sucre... A ese tiempo entró el colector de rentas Antonio Torres con unos paquetes, al que le preguntó si eran de pólvora buena y él contestó que si; estos paquetes fueron entregados al coronel Sarria, diciéndole el general: «ya no hay más que hacer, vaya usted a cum­plir con su comisión inmediatamente», encargándole la más grande exactitud y pun­tualidad; que luego, a los dos o tres días de esto supo en su cuarto el asesinato del Gran Mariscal. Habiendo ido nuevamente a Pasto, le exigió el general Obando le diera un certificado sobre que el asesinato había sido cometido por unos hombres incógnitos y disfrazados... Le contestó que no podía darlo, pues no le constaba... y que se acordara la orden que le había dado a Sarria a su presencia.»

Del cabrón del Obando ya hablé (citando a otros, claro está) mal en antes. Aprovecho ahora y citando al camarada Rumazo, develo la identidad del no menos cabrón Sarria.


El otro viajero fue el coronel Juan Gregorio Sarria, hijo de sencilla familia neogranadina. "Vinculado al general Obando -dice Lemos Guzmán (op. cit. 126)-, a más de amigo le fue guardián, y ni la fatalidad ni los castigos rompieron ese vínculo, que era la reciprocidad entre el jefe querido y el leal servidor y compañero... Dividía la vida entre el trabajo y la guerra ... Fue el crisol de san­gres diversas y, por lo mismo, de virtudes y defectos contradicto­rios; inteligente y vivaz, su ley fue la fuerza, y su razón el asta acerada de su lanza." En suma, un súbdito ciego de Obando; un mestizo ladino; un guerrillero que resolvía las cuestiones a lanzazos. Este coronel Sarria llevará a los ejecutores del crimen al sitio exacto; cargará los fusiles; partirá luego hacia Popayán, no sin antes esperar, en la casa de Erazo, que se le dé la noticia del ase­sinato, ya consumado.

Estas comparaciones además de odiosas son como que muy traídas por los pelos. Esa gente apenas sabía leer y autocompararme con Sucre no es mi intención. Lo que se parece es el mecanismo milenario del brollo: hablar mal con mentiras de alguien para joderlo. Claro que en este caso no se trata de un asesinato ni quiero acusar a nadie en el presente de ese crimen. Para que la vaina quede clara y sin mal entendidos haré otra comparación que compite en odiosidad con la primera.
Ahora citaré un libro que me prestó Audio Cepeda y que dudo mucho devolverlo algún día. Total: el libro está bastante escoñetaíto y Audio tiene cobres. El libro en cuestión se llama “Historia General de las Indias” y es el número 64 de la colección (qué molleja, Sucre me sale por todos lados) “Ayacucho”. Su autor es Francisco López de Gomara, lo que podríamos llamar un intelectual de su época. Nada que ver con el salvajismo y la barbarie de los remarditos Sarria y Obando. López de Gomara era un hombre de pluma (Queila de Canal Seta y la Bohórquez son mujeres de buche y pluma), un intelectual, lo repito, al igual que Queila de Canal Seta, que es abogada y la doctora Bohórquez, que es licenciada en filosofía. También, al igual que este parcito de féminas, escribía (ellas hablan) unas güevonadas para coger palco. Citaré algunas para que vean que hasta el lenguaje se parece, que los tres parecen de los mismos tiempos pretéritos.


XXVII
LA RELIGION DE LA ISLA ESPAÑOLA
El principal dios que los de aquella isla tienen es el diablo, que le pintan en cada cabo como se les aparece, y aparéceseles muchas veces, y aun les habla. Otros infinitos ídolos tienen, que adoran diferentemente, y a cada uno llaman por su nombre y le piden su cosa.


XXVIII
COSTUMBRES
Dicho he cómo se andan desnudos con el calor y buena templanza de la tierra, aunque hace frío en las sierras. Casa cada uno con cuantas quiere o puede; y el cacique Behechio, tenía treinta mujeres; una empero es la principal y legítima para las herencias: todas duermen con el marido, como hacen muchas gallinas con un gallo, en una pieza; no guardan más parentesco que con madre, hija y hermana, y esto por temor, ca tenían por cierto que quien las tomaba moría mala muerte. Lavan las criaturas en agua fría por que se les endurezca el cuero, y aun ellas se bañan también en fría recién paridas, y no les hace mal. Estando parida y criando es pecado dormir con ella. Heredan los sobrinos, hijos de hermanas, cuando no tienen hijos, diciendo que aquéllos son más ciertos parientes suyos. Poca confianza y castidad debe haber en las mujeres, pues esto dicen y hacen. Facilísimamente se juntan con las mujeres, y aun como cuervos o víboras, y peor; dejando aparte que son grandísimos sodomíticos, holgazanes, mentirosos, ingratos, mudables y ruines.


XXXI
DEL PEZ QUE LLAMAN EN LA ESPAÑOLA MANATI
Manatí es un pez que no le hay en las aguas de nuestro hemisferio; críase en mar y en ríos; es de la hechura de odre, con no más de dos pies, con que nada, y aquellos a los hombros; va estrechando de medio a la cola; la cabeza como de buey, aunque tiene la cara más sumida y más carnuda la barba; los ojos pequeñitos, el color pardillo, el cuero muy recio y con al­gunos pelillos; largo veinte pies, gordo los medios, y tan feo es, que más ser no puede; los pies que tiene son redondos y con cada cuatro uñas, como elefante; paren las hembras como vacas, y así tienen dos tetas con qué dar de mamar a sus hijos. Comiendo manatí parece carne más que pescado; fresco sabe a ternera; salado, a atún, pero es mejor y consérvase mucho; la manteca que sacan de él es muy buena y no se rancia; adoban con ello su mismo cuero, y sirve de zapatos y otras cosas; cría ciertas piedras en la cabeza, que aprovechan para la piedra y para la hijada; suélenlos matar paciendo yerbas orillas de los ríos, y con redes siendo pequeños, que así tomó uno bien chiquito el cacique Caramateji y lo crió veinte y seis años en una laguna que llaman Guainabo, donde moraba; salió tan sentido, aunque grande, y tan manso y amigable, que mal año para los delfines de los antiguos; comía de la mano cuanto le daban; venía llamándole Mato, que suena magnífico; salía fuera del agua a comer en casa; retozaba a la ribera con los muchachos y con los hombres; mostraba deleitarse cuando cantaban; sufría que le subiesen encima, y pasaba los hombres de un cabo a otro de la laguna sin zambullirlos, y llevaba diez de una vez sin pesadumbre ninguna; y así tenían con él grandísimo pasatiempo los indios. Quiso un español saber si tenía tan duro cuero como decían: llamó "Mato, Mato", y en viniendo arrojóle una lanza, que, aunque no lo hirió, lo lastimó; y de allí adelante no salía del agua si había hombres vestidos y barbudos como cristianos, por más que lo llamasen. Creció mucho Hatibonico, entró por Guainabo y llevóse al buen Mato manatí a la mar donde naciera, y quedaron muy tristes Caramateji y sus vasallos.


Para terminar y a la vez hacer un último aporte a la cultura de los cuatro pelabolas que leen esto, citaré a Luis Britto García. Él tiene un libro, “Abrapalabra”, que considero uno de los mejores libros que he leído (y me he leído mis ladrillos, no se crean) y el mejor escrito en Venezuela. A veces me sorprende alguien que se ha leído cualquier libro imaginable, gente cuya lista de libros leídos es más larga que la de por leer, gente como Javier León u Oscar Tirado, pues, esa gente no se ha leído “Abrapalabra”. No quiero acusar a ninguno de estos insignes poetas de incultura general, a lo mejor se lo leyeron, quién quita, es sólo por decir algo. Bueno, dedicado a mi compadre Sergio, que para quienes no lo sepan, es hijo predilecto y amantísimo de la Dra. Bohórquez y pana burda de Queila de Canal Seyta, un pedacito de Abrapalabra pata de cabra, que seguro que ninguno de los tres se lo ha leído.


EL COMPADRE
Autorizo la salida del sol, y permito a la vaca Azucena parir un becerro con una estrella en la frente.
Mando repartir nombramientos y ayudas entre los adulantes que me saludan agitando sus sombreros desde lejos, al pie del apamate.
Ordeno que me lean la lista de las delaciones, en donde mis hijos, mi hermano y mi primo se acusan mutuamente de planes para asesinarme.
Autorizo al arzobispo a que venga a entregarme el escapulario bendito por el papa y la poción de pomarrosas para mi vejiga.
Mando al Consejo de Ministros que otorgue a mi compañía la, concesión petrolera que necesita para revendérsela a los ingleses.
Ordeno al señor Amadeo que me venda sus hatos para completar el negocio del monopolio de la carne.
Autorizo al escritor Macedonio Catalán a que me entregue los regalos que trae de Europa, mientras vigilo la anidada de las cluecas, la tusa de los gallos de pelea, la capada de los cochinos.
Mando a la comisión de las compañías de los gringos que redacte las leyes del país sobre la materia de minas y de petróleo.
Ordeno a Eloy que cuelgue de las bolas a los oficiales que no quieren delatar a los conjurados.
Autorizo que suelten a los estudiantes que protestaron, vista la carta de su dirigente donde dice que el festejo no tenía carácter político, que las manifestaciones carnavalescas no iban contra el gobierno.
Mando que entreguen unas casas a las últimas queridas que me han parido muchachos.
Ordeno al General Apolonio Iturbe que salga a combatir a los malos hijos de la patria que han invadido en un vapor fletado, y dispongo que no le envíen el parque ofrecido hasta que no haya muerto en combate.
Autorizo otra recluta de voluntarios para que los manden amarrados a trabajar en mis hatos.
Mando los sueldos y las raciones del engorde de los mautes, de los espías, de los generales, de los mulos, de los embajadores, de los bueyes, de los senadores, de los perros de cacería, de los sabios.
Ordeno que la ceniza del tabaco y la esperma de la vela y la clara de huevo en la botella me traigan los presagios de la vida eterna, del poder irresistible, de la riqueza incontable.
Después de la cena, autorizo la lluvia.
Desde la ventana contemplo los luceros y ordeno la caída de los que no me gustan.
Permito la noche sin sueño por la hinchazón de la vejiga y la tirria de este país de muérganos en donde todos me obedecen por interés o por miedo.
Ordeno que amanezca y que los carros de la comitiva se dirijan a la hacienda donde se retiró el compadre Celestino Núñez Luque, mi lugarteniente que decidió a puro machete la primera batalla cuando tiramos la invasión por los páramos.
Bajo la acacia sin hojas el Celestino me dice que no me visitaba hace veinte años, de coraje de que vayan a pensar que es por pedir algo.
En el gallinero lleno de aves muertas de moquillo el Celestino me justifica que yo haya tumbado al Invicto Siempre Vencedor Jamás Vencido, de la rabia de que me hubiera hecho capar un gato de la Primera Dama cuando Celestino no lo quiso hacer y prefirió venir a pudrirse en su hacienda.
En la mesa rota bajo el comedor con el techo caído, Celestino no deja que Eloy pruebe la pizca y el mojo, diciéndome: Vusté sabe que yo sólo mato de frente.
En los campos abandonados por la crisis del café, le ofrezco un Ministerio y él me ofrece un cargo de mayordomo.
En los chinchorros de la galería arruinada nos estamos horas sin decir nada mirando las iguanas que pasan por los corredores abandonados y los gatos que olisquean las sobras, y sé que he encontrado al único hombre del país que no puedo asustar ni comprar.
Ordeno que la luna tarde varios años en salir para retardar el maullido de los gatos y para sentir que dura bastante este momento de tener cerca un igual: un amigo.
Dispongo que caiga la oscuridad y al irme a acostar, Mando: Eloy, antes de que amanezca, me afusila al compadre.