martes, 9 de febrero de 2010

La nunca bien ponderada por mardita abeene

Me vine pa Caracas huyéndole cual rata del barco que irremediablemente se hunde al desempleo que tenía ya una buena temporada instalado en mi cuadro socio-económico. En la tierra del sol amada (por cierto, llamar así a mi Maracaibo florido es una muestra más de la muy estólida megalomanía marabina, los maracuchos sólo utilizamos el epíteto de manera jocosa y los marabinos se ponen solemnes y ni saben de dónde viene la cita. Esa frase pertenece a un poema de Rafael María Baralt que se llama “Adiós a la Patria” y la patria del bardo, que yo sepa, no era Maracaibo sino Venezuela) estaba vetado y no conseguía trabajo ni de salserín en la alcaldía de Trimardino, así que agarré mis pocos y raídos bártulos y me arranqué a probar suerte en el mundo laboral capitalino. Sin buscar mucho encontré, gracias a mi otrora amigo y hermanito Aguillón, presentar una prueba de ingreso en la ABN que resultó más fácil que hablar mal de Chávez, así que en cuestión de una semana ostentaba el cargo de Asist. de Com. Social adscrito a la Redacción de Información en la Coordinación de Cultura, lo que traducido a la realidad de la calle no es más que fablistán o cagatintas de cultura. La fuente de cultura fue durante un lapso humanamente insoportable la humilde trinchera desde la que defendí la revolución por un sueldo realmente malo. Lo de la miseria quincenal ya me lo habían advertido los panas maracuchos de la agencia (por cierto, cuando hablábamos de “la agencia” se me relacionaba la vaina con un prostíbulo o con una agencia de espionaje, y tenía de las dos cosas: una forma infalible de ascender ahí es dárselo a algún jefe y un tiro al suelo para los mismos fines es dárselo a Freddy Fernández, pero tirar con ese esperpento pertenece a la esfera del heroísmo más escatólogico, aunque no deja de ser tan moral como estéticamente censurable; otra forma de encumbrarse es sapiar a los demás, especialmente a los jefes, pa que se cumpla eso de quítate tú pa poneme yo. Ambos mecanismos de superación funcionan y se aplican, me consta. Como podrán suponer nunca ascendí porque además de escribir mal, lo que descarta el ascenso por méritos, entre mis jefas y yo sólo hubo odio gratuito o amistad ganada con trabajo y tesón y, en ambos casos la operación colchón queda descartada) pero me dijeron que con la agencia se viajaba mucho, incluso al exterior y los viáticos son jugosos cuando son al extranjero en dólares, también hablaron de horas extras, guardias, bonos y aguinaldos. Algo así como que gana poco el que quiere.

El flamante cargo dentro de la agencia me exigió vivir en Cagacas, ciudad hostil, si las hay, para con este ingenuo y campuruso venezolano. La Sucursal del Cielo (el cielo es Maracaibo) se ha encargado de tratar de hacerme la vida imposible y miserable. Reconozco que más de una vez lo ha logrado, pero apenas tengo la noción de estar contra el suelo se me activa el gen del maracuchismo impenitente y salgo a flote. Por estos lados encontré los peores actos de deslealtad, las traiciones más arteras y una indiferencia por todo y por todos verdaderamente pasmosa, las he sentido en carne propia y la solidaridad ha brillado por su ausencia. Esta es una ciudad violenta en todos los niveles, pero aplica casi siempre una violencia silenciosa y constante, de vez en cuando da zarpazos de ciego y nos pica cerquita, entonces brilla por su presencia la indiferencia más cabrona e hipócrita. En el metro bajan la santamaría dos o tres minutos antes de las once de la noche y a pesar de que el metro tarda un mundo todavía en pasar por la estación, los coños de sus marditas madres en vez de dejarlo pasar a uno (insisto, lo hacen antes de la hora exacta) lo que hacen es pontificar sobre la planificación del tiempo o la irresponsabilidad de “alguna gente”; decirle eso a alguien condenado a permanecer en la calle a esa hora, en esa ciudad, no puede más que llamarse violencia y sospecho que en este caso se trata de violencia institucional porque el metro está lleno de cámaras y la hora que uso como referencia es la que aparece automáticamente en los teléfonos celulares de Movilnecio, empresa socialista que tiene tapizado todo “el sistema metro” con publicidad de la más fea. En esta situación urbana me puso el desempleo, que es una de las peores eventualidades que le pueden pasar a uno.

En la agencia los principios fueron duros y ladillas, sobre todo porque mi coordinadora (o jefa) era más ladilla, contradictoria y odiosa que la Coordinadora Democrática. Ser subalterno de un ser tan asqueroso y repugnante me aseguró un puesto a la diestra de todos los dioses que hay en todas las religiones humanas que existen, han existido y existirán en este confundido planeta. Nunca me informó de nada. En la agencia, por ejemplo, si a un redactor le toca una pauta en la ciudad y no lo llevan en algún carro de la agencia le dan un pasaje ida y vuelta del metro, de esto me enteré por casualidad cuando tenía meses trabajando ahí. Permanecí confinado ahí hasta que Aguillón me metió, sin querer y con toda la intención de ayudarme, en tremendo peo.

En la agencia hay un área de audiovisuales donde hacen programas de radio y de televisión y por esos días hubo un problemón con una gente que trabajaba en la televisión. Lo cierto es que salieron de unas personas que estaban saboteando y necesitaban sustituto, claro, las circunstancias que llevaron a la vacante los tenían bastante paranoicos así que estaban buscando a alguien “de adentro” y en el que tuvieran absoluta confianza. Aguillón me propuso (cosa que me halagó que jode en su momento) e ipso facto pasé de ser un cagatintas de tercera categoría a productor de televisión. La jefa era Susana Segovia y con ella había un ambiente de trabajo de lo mejor, les juro que estaba asombrado de mi buena suerte. El cambio no significó una mejora salarial, al contrario, significó un esfuerzo extra por la misma paga: ahora tenía que trabajar 8 horas diarias mientras que en la redacción el horario era de seis. No voy a negar que el trabajo era más interesante y el ambiente de trabajo mucho mejor y que por eso acepté, pero el destino me demostraría poco tiempo después que mejor no lo hubiera hecho. Susana consiguió un postgrado en Chile y dejó la peluca. La pregunta era quién sustituiría a la jefa. Como recién llegado al departamento no le paré mucho al asunto hasta que Freddy nos llamó a todo el personal adscrito a audiovisuales a una reunión para develar el nombre del encargado de regir los destinos del departamento. La elegida fue Sugyn Quintana y la reunión se transformó en algo muy parecido al final del “Show de Porky”, cuando cantaban “lástima que terminó el show de hoy...”, en todos los presentes se posó una actitud de lo más sombría. Algunos pidieron la palabra reclamando a viva voz y delante de la recién nombrada ese nombramiento por desacertado y dañino. Como se buscaba una atmósfera democrática que avalara el nombramiento a dedo se le permitió a todos hablar y lo que dijeron de la Lic. Quintana casi que me hizo sonrojar. Freddy dijo que él no estaba proponiendo al esperpento para coordinación sino que lo estaba nombrando y al que no le gustara, él, como muestra de democracia y socialismo, le conseguía otro cargo en el sitio de la agencia que quisiera. Nadie dijo nada y así empezó su reinado la bruja más mediocre con la que me ha tocado trabajar en mi vida.

La primera medida que tomó la mala versión femenina de Sanco Panco fue enviar a dos camarógrafos “de comisión de servicio” al Minci. A eso le siguió un afán enfermizo de salir de todo el mundo. Conmigo la monstrua aplicó una antología de la bajeza y de la puñalada trapera propia del imperio romano en lo más decadente de su existencia. Ésa me echó paja donde pudo y con quien pudo con argumentos de lo más variopintos: que si la viajadera que mantenía pa Maracaibo por problemas de salud dental (ver la foto que ilustra este humilde blog más abajo) era puro invento mío, que si no me bañaba, que si me vestía mal... todo esto llegó a mis oídos de labios de gente que sabía lo mierda que puede llegar a ser la bípeda canina. Naturalmente, pidió mi cabeza. Después salió de Estefanía, Rocío, Jesús, Salvatore (bueno, este caso está lleno de unos detalles tan grotescos, que por respeto a Salvador no lo voy a detallar, por ahora), Andrés, Orimar, Mario... no puedo asegurar que sean todos, a lo mejor hay más, pero de que hubo una cacería de brujas, dirigido por una de verdad verdad, la hubo.

Sugyn se había puesto una fecha límite para mi permanencia en “su” departamento. Yo ya la conocía aunque ella nunca me dijo nada, ni por asomo, de los planes que tenía para mí. Así que terminé el trabajo que tenía asignado (no lo terminé completo, faltaba un día de trabajo para finiquitar el programa, pero como yo sabía ya lo que me esperaba y me correspondía un día libre por haber trabajado el fin de semana anterior, lo terminó ella) y regresé a la lúgubre redacción, donde los explotadores y enemigos de las clases trabajadoras que dirigen el tinglado me informaron que ahora tenía que trabajar ocho horas, como lo había hecho en audiovisuales. No sé por qué, pero esa decisión siempre tuvo para mí un aroma de discriminación contra los maracuchos y un fétido olor de ilegalidad y antisocialismo. Esa etapa sí que fue dura para este servidor. Nataly Gómez, la jefecilla de cultura no tuvo otro remedio que aceptar mi regreso porque todo el tiempo que duró mi ausencia se estuvo quejando de que no tenía casi gente para joder y ladillar en la coordinación y, como yo ya “conocía la fuente” (y a la fontanera), pues, a callar y, en contra de sus caprichos me tuvo que aceptar de vuelta. Como todo fue a pesar de la chupatintas, decidió de manera muy poco imaginativa (pero no se le puede pedir a algo como ella más que eso), hacerme la vida imposible con la ventaja de que ahora contaba con ocho horas diarias para tan entretenido hobby. ¿Tendré que decir que el tiro le salió por la culata y cual correcaminos veía ufano cómo se descomponía su coyotuno hocico con cada fracaso de sus maldades Acme. Ese período duro unos 6 meses y recuerdo con regocijo un episodio correcamínico digno de ser registrado en estas, no me canso de repetirlo, gloriosas páginas. La carantamaula se fue de vacaciones y al día siguiente (ya lo teníamos todo preparado, la feíta sus vacaciones y este servidor su travesura) publiqué en estas, no sólo no me canso sino que lo repito ad libitum, gloriosas páginas, una crónica sobre el animalito en cuestión. Seguramente su inconmensurable narcisismo le hizo creer que este humilde blog es visitado por multitudes de ávidos lectores (aunque en esa oportunidad aumentó un poco el número de visitantes porque toda la agencia lo leyó y hasta Raúl Cazal, de quien hablaré más adelante, of course, me dijo que así como en el blog debía escribir para la agencia) que recuerdan cada detalle de lo aquí escrito. Recuerdo que cuando volvió de sus muy merecidas vacaciones, ella, que es hórrida sin ambages, traía un semblante temblante y pálido y nunca más me dirigió la palabra, beneficio que no entraba en mis cálculos más optimistas. La única cosa que agradezco a la canis latrans. Como podrán suponer tuve que cambiar de fuente porque la pobre Nataly sufre de migraña y, modestia aparte, mi sola presencia le palpitaba en las sienes así que, conforme con mi plan, en la fuente de política me recibieron con los brazos abiertos, bombos y platillos. Es esa fuente conocí la censura más miserable de todas: la que limita la publicación de noticias para proteger a los poderosos, no la de las ideas u opiniones sobre ellos, pero eso será en otra entrega, que casi prometo en el más breve lapso pero cada vez que lo he hecho paso como un año sin escribir. Así que mi etapa de joven e intrépido reportero de política queda para más tarde y prometo que trataré de narrarla de manera muy mardita, pa que las mierdas que desde hace demasiado tiempo dirigen los des(a)tinos de la agencia sean serios.

No me puedo despedir sin aclarar lo de Sanco Panco, comparado hace rato con Sugyn. Así se llama una novela de Salvador de Madariaga y lo nombro como un alarde de la cultura más inútil y canallesca: el libro en cuestión no se consigue. Ángel Villalobos me lo prestó en una oportunidad y yo, de bobo, se lo presté a Alejandro Vázquez quien me lo tumbó de frente y sospecho que no lo ha leído ni lo va a hacer. Lo he encargado infructuosamente tres veces a España y una a Argentina y nada. Mi compadre Santiago lo encontró en Barcelona por la bicoca-cola (esto me lo copio descaradamente del libro) de 50 euros. Yo, hecho el güevón, lo encontré en edición príncipe debajo del puente de la avenida Fuerzas Armadas por 5 bolos. En un fin de semana me lo leí (no tenía nada que hacer y no tengo muchos cobres que se diga como para desdeñar la ahorrativa lectura) y lo tengo listo para prestarlo a los que se manifiesten capaces de leerlo, como máximo, en cinco días calendarios.

Ahora sí, os dejo. Pero os prometo que la próxima crónica ha de ser de las más hilarantes que se han paseado por estas, reitero mi negativa a negarlo, gloriosas páginas. Cómo sé que así será, muy fácil: estará dedicada al nefasto Freddy Fernández, reyecito tan mediocre y grotesco que no hay que ponerle mucho empeño para ridiculizarlo con sus trácalas y desaciertos, y yo prometo ponerle mucho pero mucho empeño a la sencilla tarea, cuyo borrador, por cierto, está en preparación y me está quedando de un bueno...