lunes, 29 de septiembre de 2008

marditos caraqueños

Cada vez me convenzo más de que los maracuchos somos una raza. Una muy rara (peculiar sonaría mejor, pero con la terminación de la palabrita, uno que es maracucho, la evita) por cierto. En todo el territorio nacional, exceptuando er sulia, por supuesto, nos dicen que los tenemos invadíos y yo les respondo que les estamos sacando las patas del barro, frase manida y adocenada, por cierto, que repetimos todos los maracuchos que vivimos en la ciudad capital, y uno se pone a ver la vaina y como que sí, por muy pedante que parezca. Somos muy pasaos e indiscretos, más ruidosos que una olleta e gallitos y extremadamente informales. Si eso es malo o bueno no es un tema interesante para estas tan aburridas como gloriosas páginas, lo que sí es cierto es que a la gente hay que quererla como es.
En Caracas de entrada desconfían del maracucho y lo tratan como a un malandro y lo consideran un vago. Esto era lo que me parecía a mí en un tiempo que trabajé para una institución caraqueña en er sulia (por cierto, dicha institución, el IPC, está envuelta en un halo de escándalo que sólo farruco y el Chema Rodríguez entienden), y ahora, que trabajo para una institución caraqueña, en Caracas y contra mi voluntad, lo certifico. Estos caraqueños son unos marditos (aclaro que no todos los caraqueños, tengo algunos panas que son como uno, venezolanos, gente de pinga, como somos los venezolanos y no como los maracuchos y los caraqueños. En lo personal, cuando me encuentro con un caraqueño mardito suelo ser un maracucho trimardito y hay que ver lo que es eso), ojalá que los invadan los maracuchos.
Los maracuchos en el exilio, aclaro que para mi gusto vive demasiado poco venezolano en Caracas, en el exilio, vuelvo y repito, somos más solidarios que el coño entre nosotros, para empezar porque tenemos que aprendernos nuestros nombres, habrase visto a un maracucho llamando a otro maracucho “maracucho”. Los caraqueños el único nombre que le ponen a uno es ése: maracucho. La falta de imaginación que tienen esos bichos es proverbial. Llevo trabajando en un sitio, aquí en el exilio, más de seis meses y un verguero e gente no sabe cómo me llamo y mi nombre, Alberto, no es raro al igual que mi segundo, Carlos, mi apellido, Bustos, tampoco es una vaina desconocida, a lo mejor no muy común, pero existe. En este sitio trabajan como seis Albertos más y a todos les ponen una marca para diferenciarlos, que si Alberto P o Alberto Díaz o Alberto N, pero yo soy el maracucho y muchos no saben cómo me llamo. Marditosesos, como dice mi abuelita cuando se arrecha.
La otra vez viendo el carelibro me encontré con un grupo que se llamaba, por cierto, maracuchos en el exilio o algo así y resulta que la administradora es una compañera de trabajo mía cuyo nombre no revelaré (no pertenece al selecto círculo de 17 güevones que pierden su tiempo paseándose por estas gloriosa páginas), y en el grupo en cuestión había un desgarrador testimonio de otro exiliado que contaba que aquí le tocó vivir en condiciones de hacinamiento muy marditas y tenía que dormir algunas veces en la oficina en un saco de dormir porque no soportaba el apretujamiento doméstico y en el trabajo nadie le tendió una mano amiga tipo, no, chico, venite pa mi casa, ahí tengo un cuartito donde te podéis quedar mientras tanto y yo te ayudo a conseguir un sitio decente, como le hubiera ocurrido en Maracaibo a cualquier mardito caraqueño. No sólo no lo ayudaron nunca sino que le mamaban gallo por su precaria situación…
Este final, con esos puntos suspensivos fue realmente conmovedor, una variante de mi dominadísima técnica de saltar pal otro párrafo, representa un adelanto espectacular en mi técnica grafománico-escatológica. Donde trabajo hay unos coños que ni me saludan y la razón de tan inusual comportamiento me fue revelada por otra compañera de trabajo cuando le pregunté porque una persona en especial me tenía tirria sin ni siquiera conocerme: es que a esa coña le caen mal los maracuchos, fue su respuesta tajante. Esta versión, en un principio inverosímil para mí y hasta banalizada por este servidor, fue corroborada por todos los maracuchos que les sacamos las patas del barro en nuestro espacio laboral, que dicho sea de paso es en muchas cosas y en todas las apariencias chavista.
Casualmente todos mis panas caraqueños son chavistas, en serio, todos todos. Entre chavistas uno está más pendiente de otras vainas que de joder al prójimo. Además el argumento de que el regionalismo lo confunde el ciudadano gobernador con separatismo, por lo que el regionalismo es escuálido de la tendencia ilustrada, que es la que encabeza el filósofo discipulo de Montes Quiú, entonces dejan el chistecito regionalista, la mariquera y cambian el tema. Claro, tampoco me refiero a todos los chavistas, en nuestras filas hay tanto adeco de boína roja como caraqueño, así como entre los caraqueños hay marditos caraqueños también hay caraqueños venezolanos, qué verguero al mezclar gentilicios con tendencias políticas, porque además tengo panas maracuchos que son escuálidos, tanto en Caracas como en Maracaibo.
Mi compadre Godfáther, estudioso y tal, ya me hubiera dicho que lo cultural también juega un papel fundamental y que el peo no es económico sino cultural, pero con todo el nivel cultural que tienen unos panas que viven en Maca, Petare (zona aceptada como mardita, marginal y peligrosa), me invitaron pa su casa el 31 de diciembre y recibí el año lo que se dice machete.
A los caraqueños los he ido aprendiendo a conocer desde mi puesto de trabajo y el aprendizaje ha sido duro y coño e madre. He tenido tres jefas, de las cuales una era de pinga y casualmente no era caraqueña, era de Táchira, sitio donde nos tienen con mucha razón mucha arrechera y el trabajo fluyó muy bien. Las otras dos son unas marditas, pero de las dos una merece lugar privilegiado en el jol de la fama de la mediocridad y la bajeza caraqueña. Además es tan fea que casi iguala a queila y quenia de canar seta. Es horrible la mardita, tiene una nariz que recuerda aquel poema del maestro del siglo de oro español que decía que érase una anoréxica a una nariz pegada. La coña es tan mardita, que cuando se fue la jefa gocha (no le perdono que se haya ido y dejarnos en manos de esta mardita horrible y pavosa caraqueña) y anuciaron su nombramiento para el cargo vacante casi todos los presentes al unísono se pusieron las manos en la cabeza y pegaron su respectivo grito colectivo al cielo.
Los caraqueños tienen un peo con lo de la comida, todo el tiempo comen o están con hambre. Por ellos se puede caer el mundo, con tal que no sea en las horas del almuerzo. Otra cosa que tienen, pero que es muy desagradable, es lo que llaman “armá peo”. Eso es algo que va más allá de la discusión y el regaño. El mecanismo es el siguiente: un caraqueño amanece de mal humor, entonces en el trabajo le “arma peo” a los subalternos: lo he visto con estos ojos llenos de asombro por las cosas que he oído: por la décima parte de eso en Maracaibo por lo menos una coñaza hay y se han visto casos de muertos y todo. Aquí todo el mundo anda pemndiente de a quién armarle un peo, qué peo.
No voy a negar que Caracas tiene su encanto dentro una lógica normal, sobre todo para los caraqueños. Uno camina por el centro y se pasea por sitios donde se hizo mucha historia de Venezuela, que si aquí vivó El Libertador, que si por allá se firmó el Acta de independencia y cualquier otro hecho decisivo para el resto del país. Aquí también se fraguaron crímenes y se tomaron decisiones de las más remardecías, no vayan a creer, y tuvieron también un impacto remardito. Lo que pasó aquí en febrero del 89 fue una vaina que debería ser más investigada y contada: muchos de sus protagonistas, de lado y lado, están vivos. Lo que me han contado es espeluznante, a pesar de lo feo que suena la palabreja espeluznante. En esta ciudad uno se da cuenta de qué lado hubiera estado en todos los hechos que cambiaron el curso de nuestra historia (esooooo, puro viajando con Maltín Polar).
En Caracas las panaderías cierran los domingos así como gran parte del comercio, en Maracaibo los marditos comerciantes no cerraron ni cuando el paro de Ortega. A los maracuchos, a pesar de que en Maracaibo no para el ritmo jamás, nos consideran haraganes y flojos maracuchos del coño.
Viviendo en Caracas tengo la oportunidad de conocer y tratar a gente muy de pinga, como es el caso de Luis Palencia, un malandro que da clases en la universidad, o a los Pelúos sin Curita, que son unos carajos que están bien locos y salen en la tele o conversar con el sempiterno dictador de la comunicación alternativa Oscar Sotillo Meneses. Todo maracucho que pasa por Caracas es atendido por un ídem que viva en ella. Cuando los del Movimiento estatuista de Maracaibo fueron pa Argentina fueron atendidos por este servidor y hasta mi cerveza tuve que pagar, porque lo que tienen de estatuas lo tienen de miserables los marditos; Audio Cepeda, mi ilustre y excelso maestro, que también es un malagradecío, casi nunca me avisa cuando viene, pero lo he visto un par de veces y han sido encuentros muy educativos para mí. Una vez me encontré como a 10 profesores de la UBV Zulia y lo que bebimos fue Regional de la negra.
Caracas tiene, para mí, dos cosas realmente arrechas. Una es un busto de bronce del pavoso y menopáusico maestro Billo que está como a treinta metros de la Asamblea Nacional y, que alguna mano caritativa y vengadora le pinta los ojos y los dientes con tiza blanca. Cada vez que lo veo me cago de la risa y me siento reivindicado. La otra es que en esta mardita y caótica ciudad vive mi hermanito del alma Franco Baralt y encontrarse con ese carajo pa hablar güevonadas frente a unas cervecitas es algo que no tiene precio.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Alfínger, la muerte y Chávez

Hay una historia medio agüevoneada que dice que tal día como el 8 de setiembre fue fundada la ciudad de Maracaibo. A alguien se le ocurrió que el Meisser Ambroius Ehinger, mejor conocido como Ambrosio Alfínger, fundó alguna verga ese día, hace tantos años como 479. Lo cierto es que la leyenda cuenta que fue en 1529.
Ambrosio nació en Alemania en los albores del siglo XVI y siempre me he preguntado si el sector de Cabimas llamado Ambrosio le debe tal toponimia al mardito Alfínger. Era banquero, cosa que habla muy mal de él por cierto. Lo cierto es que vino a dar a lo que más tarde sería Maracaibo, exactamente por lo que es hoy en día Puente España, por Las Playitas. Resulta que ahí vivían unos hermanos indígenas de lo más tranquilos y felices: basta imaginarse ese paraje virgen, con las aguas cristalinas y no con el olor a mierda que lo caracteriza hoy en día. Los habitantes de entonces, cuando llegó el teutón a invadir, tenían viviendo en Puente España la bicoca de 20.000 años. Mardito aventurero, menos mal que lo encontró una muerte muy coña e madre, contada magistralmente por mi admirado Herrera Luque en su libro La Luna de Fausto, léanlo y culturícense; de paso se vacilan un libraco como pocos.
Los motilones con los que se encontró Alfínger eran de los malos, así que en poco tiempo se enemistaron y se formó el verguero. Los alemanes, dignos antepasados de Jítler, destruyeron las enramadas, bohíos y bungaloos de los verdaderos dueños dada su superioridad tecnológica en cuanto a armamentos y la disponibilidad de caballos. Los motilones, malísimos entonces, no dejaron en paz a los germanos y éstos tuvieron que recoger sus bártulos y pintarse de colores a Coro. En el año de 1535 ocurrió el éxodo de apenas 30 familias que lograron soportar el asedio y la ladilla de los verdaderos dueños de Las Playitas. En pocas palabras, hoy alguna gente celebra no tanto una fundación como una destrucción: La Destrucción de Maracaibo.
En el año 1569 es refundada como Ciudad Rodrigo por el capitán Alonso Pacheco. Los motilones, incansables en su lucha, los hicieron ir a flecha limpia también.
Cinco años más tarde, en 1574, Pedro Maldonado rerrefunda la ciudad con el nombre de Nueva Zamora de la Laguna de Maracaibo. Lo de “Nueva Zamora” es uno de los primeros actos de jalabolismo del Nuevo Mundo. Maldonado le puso ese nombre para congraciarse con un gobernador llamado Diego de Mazariegos, nativo de la ciudad de Zamora. Me pregunto si la segunda fundación, la de 1569, cuando le pusieron Ciudad Rodrigo no sería por jalarle bolas a Rodrigo Cabezas.
El origen del nombre es otro misterio. Circulan las versiones de “Mara cayó” y la del “lugar donde hay muchas serpientes”. Ninguna me parece fiable porque los hermanos indígenas no hablaban español, ni se sabe en qué basan las traducciones de lenguas muertas, porque lo que hizo la rata pelúa de Alfínger no tiene parangón, ese mardito era un azote de barrio y un asesino en serie, en serio.
Los piratas también hicieron su agosto por el lago de Coquivacoa. Llegaron hasta Gibraltar, donde saquearon la iglesia. Lo que pasó en ese entonces lo cuenta mejor mi compadre Miguel Ángel “Godfáther” Campos en su libro “La ciudad ve el hada”, y cuenta cosas tan horribles que no me atrevo a repetir.
En 1810 lo que pasó en Maracaibo no tiene nombre. La Junta Patriótica de Caracas envió embajadas a todas las provincias notificando a las autoridades lo que estaba pasando en Caracas y los instaban a unirse a la independencia de los marditos españoles y canarios. Los que llegaron a Maracaibo fueron apresados, humillados, vejados, encadenados y enviados a Puerto Rico para unas mazmorras de muerte lenta. Los escuálidos siempre han sido así de marditos, desde la independencia mesma, yo que se los digo.
En Maracaibo los poetas son de primera, eso no hay quien no los quite. Los poemas de Udón Pérez, de Yépez, de Marcial Hernández. La Historia de Venezuela y las investigaciones filológicas de Baralt son lectura obligada para el socialista del siglo XXI. Pintores arrechísimos, que no voy a nombrar porque casi todos están vivos y alguno que otro es pana, aunque ninguno lee el blog. Nombraré a Julio Árraga, a Paco Hung o a Emerio Darío Lunar, casi ninguno maracucho, pero casi.
Cada quien habla de su terruño así, que si los músicos, que si los bardos… por lo que dejaré de hacerlo y me referiré a lo que en verdad iba a decir. Tal día tan controvertido como el de hoy, que aún no ha terminado, se murió Vidal Chávez. La pelona eligió el día de la primera supuesta fundación de Maracaibo para llevárselo. Analizando la vaina llego a dos conclusiones: que lo hizo este día pa demostrar que tiene más humor negro que Vidal, cosa que, dicho sea de paso, estuvo de más. La otra es que más allá de la causa, la muerte, como escuálida que es, le hizo otra vez una segunda a Manuel Rosales y le quitó esa ladilla china de encima.
Mardita muerte, ojalá que se muera la mardita.