jueves, 3 de septiembre de 2009

Marditas Vacaciones Escolares

Una de las épocas más esperadas por los padres y representantes es la de las vacaciones escolares. Cada uno las espera por diferentes razones que van desde un rato más de sueño en la mañana por lo del madrugonazo diario, hasta la hora adicional de descanso en la noche, porque padre o representante que se respete empieza la tarea del día hábil siguiente a golpe de 9 de la noche. En mi caso particular no es ninguna de las dos cosas porque tengo como año y medio que no vivimos en la misma urbe, sino porque el chamo está conmigo todo el día y eso es lo que más me gusta en la vida: compartir con el carajito. Desde que mis peregrinos pasos se encuentran estancados en Guaraira Repano City no he podido disfrutar de ese placer. Las vacaciones que he tenido han sido pocas e irregulares así que el tiempo compartido se ha reducido a su más mínima expresión. Este año, y en contra de todo pronóstico, la providencia se mostró sonriente y pude cuadrar los horarios de trabajo de tal manera que me pude traer a mi heredero por tres semanas de visita. Aclaro que de esas tres semanas una iba a estar dedicada a un plan vacacional que merece crónica aparte. Hice mis preparativos, compré un pasaje de avión para niño (baratísimo por Conviasa. Lo único malo es el servicio, pero como los niños disfrutan todo lo que pase en los aeropuertos y aviones, en mi caso puede considerarse valor agregado), planeé itinerarios, paseos, visitas y ¡a contar regresivamente los días pa tener al Guaicaipuro apoyándome en este verguero caraqueño se ha dicho, nojoda!


En arribando el párvulo hicimos nuestras respectivas visitas de cortesía. Una de las primeras fue en la agencia, donde tengo algunos panas que lo conocen y le martillan los regalos y presentes que inocente trae de nuestra ciudad natal. En esos días (mediados de julio) un fantasma recorría la agencia, el fantasma del Bono. Casi todos mis compañeros de trabajo sacaban las cuentas y adelantaban en voz alta lo que se iban a comprar o las deudas que iban a pagar. Yo no me podía quedar atrás, así que le dije pasito al chamo (esto de hablar pasito es un maracuchismo que se ha ganado por mérito propio este paréntesis, sólo lo he escuchado en Maracaibo y leído en El Quijote, mardito Cervantes & Saavedra) en lo iba a gastar parte del Bono: en el juguete que él quisiera y que si lo pagaban mientras estuviera de visita se llevaba su juguete por avión pa la Ciudad del Sol Amada.


Pasar vacaciones en Caracas puede sonar antiecológico y poco exótico, pero gozamos una bola. Con una de las madrinas del chamo paseamos en el teleférico, vimos espectáculos de calle de muy buena calidad, fuimos pal zoológico, nos perdimos en el Parque Miranda, visitamos museos y procuramos ver todo lo que no hay en Maracaibo City. Guaicaipuro, sin embargo, prefería ir a Ávila Tv, lugar en el que había cuadrado el horario para poder estar con el chamo por la calle realengos y sin rumbo. Cuando le decía al chamo que fuéramos para la calle a joder por ahí, me respondía insolente que el que estaba de vacaciones era él y que por lo tanto su infantil opinión prevalecía sobre mi experiencia y canas, así que pasamos una buena parte del tiempo arreglado en Ávila Tv. Este fugaz contacto con el maravillosos mundo de la tele le sirvió al chamo para conocer en persona y hacerse pana de Spike Lee, así como para compartir escena con los comediantes Echeverry & Maiza en la súper producción “Apaga la Tv”. No conforme con eso se hizo pana de todo el mundo (incluyendo a Coromoto, en serio, lo juro) y hasta le ofrecieron trabajo, cosa que despertó la envidia y la codicia de los antes mencionados comediantes.


Otra de nuestras ocupaciones fue la cinegética (Güiquipedia, lo siento) lúdica. Visitamos jugueterías incansables hasta dar con el susodicho objeto de los sueños de mi querubín de nueve años y con cédula. De jodedor le proponía que escogiera la barbi más cara, con casa y carro si quería, no me explico por qué, pero no le hacía gracia el chiste. La búsqueda reveló que su paradigma consumista era un Lego, la manera más cara de comprar plástico. Por fin encontramos el que era: de los que traen control remoto, se puede armar casi cualquier cosa con él y vienen en una cajota de este color. No preguntamos nada en la tienda pero de reojo vi el precio, ¡estaba en oferta, sólo 700 bolos! Levanté la vista y aunque estábamos bajo techo me pareció ver a la providencia sonreír. Mientras tanto, en el piso 16 de la torre que no se quemó de Parque Central, el fantasma del Bono seguía recorriendo los áridos pasillos de la agencia y las febriles mentes de los agentes.


El plan vacacional, a excepción de un día, merece mención aparte como ya dije, así que le dedicaré una crónica entera próximamente. Siguiendo sugerencias del personal del Informativo de Ávila Tv le hice una entrevista al chamo para registrar todo lo que vivió en el plan vacacional, rebautizado por Carvajalino, después de escuchar uno de los cuentos del plan, como el Plan Fracasional. Los que entre mis once lectores fieles conozcan la locuacidad y meticulosidad de la criatura se imaginarán cómo me dijo lo que dijo, pero nunca podrán imaginarse qué me dijo. Los cuentos son tan desgarradores que la presidenta pro témpore del club de admiradoras de Marditos Todos® y exitosa editora de best sellers, Estefanía Jimeno, quiere los derechos porque Harry Potter se quedó güevón.


Voy a hablar del día de excepción del principio del párrafo anterior. Ése fue el jueves, penúltimo día del plan fracasional. Ese día el fantasma del Bono dejó su recorrido y se materializó en las cuentas nómina de muchos empleados de la agencia, pero no en la mía. De eso me di cuenta en la mañana muy temprano porque saqué dinero del cajero y sólo tenía la quincena. Empezó en ese instante uno de los más grandes dilemas de mi monótona vida: por un lado era el hombre más feliz del mundo porque tenía al chamo conmigo y por el otro el trabajador más arrecho, ofendido en sus derechos laborales y traicionado por supuestos defensores de “la clase obrera”, de la bolita del mundo. Los que compartieron esos días, que duraron hasta el domingo siguiente, con nosotros saben que estuve de muy buen humor y que me negué rotundamente a hablar de San Bonifacio (otro de los nombres del fantasma del Bono) hasta que el chamo regresara a su hábitat natural. Sin juguete, por supuesto.


El excepcional día jueves el chamo reiteró su deseo de abandonar como rata del barco que se hunde el plan fracasional. El domigo antes del inicio del plan se “enfermó”, pero yo firme le advertí que no había tu tía y que no podía faltar bajo ningún pretexto. En este caso no valía el argumento de que el vacacionista era él puesto que se trataba, precisamente, de un plan vacacional. El jueves en la tarde, todavía pensando que las resistencias de San Bonifacio eran provocadas por un error, dije que hablara con la recreadora y le dijera que no quería ir y él accedió con la condición de que yo lo acompañara. La recreadora ante el rotundo anuncio puso cara de circunstancia, Guaicaipuro de circunspecto y yo de circunciso; insistía la docente free lance en que “mañana sería un día estupendo, en la piscina”, el chamo evadía y evadía los estupendos y fantásticos argumentos de la profe hasta que colmada su inmadura aún paciencia respondió con un comentario muy odioso (no sé de dónde lo sacaría, me imagino que del lado materno, yo sería incapaz de un pensamiento de ese calibre) y en voz muy alta, detalle sonoro que la obligó al acuerdo: “ese plan ha sido muy aburrido y mañana seguramente va a ser igual de aburrido, y el que está de vacaciones soy yo”.