lunes, 18 de febrero de 2008

Negros y Maracuchos der mundo: Uníos!!!




No sé a quién se le ocurrió la desafortunada y mardita idea de introducir en nuestro léxico neorevolucionario el término "afrodescendiente". Al parecer, llamar a los negros de esa manera, los dignifica como personas. Adicionalmente el lexema en cuestión pareciera acabar con el racismo y la discriminación de un solo borrón. La palabra negro tiene muchos bemoles, va desde el negro e mierda ese hasta el mi negro bello. Ese término está asociado con la poesía (píntame angelitos negros), la música (duerme, duerme negrito que tu mama está en campo, negrito), la política (la negra Antonia, gobernadora de Portuguesa) y hasta la historia (la negra Matea y el Negro Primero).
Por otro lado, la mayoría de las personas que conozco son de una u otra manera "afrodescendientes" y esto no significa que sean negros. Un ejemplo emblemático de esta paradoja serían mis amigas Jazmín Villavicencio y Doris Orence. Ambas tienen el pelo "malo", la nariz chata y la bemba colorá, pero la piel blanca. ¿Tendrá sentido llamarlas afrodescendientes? ¿Será correcto hacerlo? Mi caso no es emblemático pero un poco curioso: mi abuela paterna, María Noriega, era mulata casi negra, así que yo soy un poquito afrodescendiente y mi hijo, que es catire de ojos claros, también es afrodescendiente, aunque un poquito menos que yo. Eso no quita que nos sintamos un poquitico aludidos cada vez que escuchamos la palabreja.
Pienso que algunos funcionarios de la cultura, esos que solo saben cumplir órdenes de Farruco VI sin analizarlas, como por ejemplo Ángel Rincón, comisario y burócrata de la Misión Cultura en el estado Zulia y Mecocal, "haciendo revolución" y "cambiando radicalmente la realidad" hablarán de "San Benito, el santo afrodescendiente" "la Misión Afrodescendiente Hipólita" y hasta cantando "los chimichimitos estaban bailando el coro corito, tamboré, que baile la afrodescendiente, tamboré, que baile el afrodescendientico, tamboré..."
A nadie se le ha ocurrido hacerle una estatua ecuestre a Pedro Camejo (a) El Afrodescendiente Primero, por negro tiene que conformarse con un busto en el Parque Carabobo de Caracas. Lo mismo ocurre con los "hermanos indígenas". Son discriminados con la misma fuerza que desde el día en que los españoles y canarios llegaron a horadar con su planta insolente el sagrado suelo del continente. Saquemos la cuenta de cuántos "hermanos indígenas de la etnia wayüü" trabajan en PDVSA, o en cargos con sueldazo en algún ministerio. Ah, pero podemos sacar otra cuenta bien odiosa, como las que me gustan a mí: cuántos guajiros están en las cárceles, vendiendo helados para la EFE o Tío Rico, cuántas guajiras son cachifas o buhoneras. En fin, cuántos de ellos son vigilantes privados o salserines. Desde cuándo está esa situación y, lo que es peor, hasta cuándo vamos a permitir que las cosas sigan así. Aclaro que conozco algunas hermanas indígenas con las que lo que me provoca es cometer un incesto.
¿Cómo se llamarán según esta nueva nomenclatura los zambos? Ellos son producto del cruce entre afrodescendient@ y herman@ indígen@, pero antes era entre negr@ e indi@, así que los cerebros del ministerio de la cultura (si es que hay alguno aparte de Queila de canal seta) deberían ir buscando un nuevo nombre que sea así: bien bonito e incluyente.
Esa negación de la realidad por medio de eufemismos se aplica también a los maracuchos. Ningún medio de comunicación trata la palabra "maracucho" con la seriedad que se merece y que nos merecemos los maracuchos. Utilizan, en cambio, la palabra marabino, que más maricona y falta de respeto no puede ser. Cada vez que aparece la palabra maracucho es en sentido "jocoso" o tradicionalero, nunca en serio. Nadie se refiere a Udón Pérez como "El Bardo Maracucho", prefieren referirse a él como "marabino", "zuliano" y hasta "parnasiano" antes que maracucho. Cometen el error garrafal de llamar a la gaita "zuliana", como si en Paraguachón o en El Congo Mirador hubieran grupos de gaita. La gaita puede ser maracucha o perijanera, de tambora o de furro, pero nunca "zuliana".
Si hay una vaina que no le gusta a la gente es que hablen por ella. Menos aún que el que hable por ella sea yo, así que me tomaré el libertinaje de preguntarme públicamente, por escrito y en el blog, qué le parecería a mis hermanitos del alma Ionesco Troconis y Elímer Urdaneta, que alguien los llame "afrodescendientes marabinos". De verdad, esos no son juegos.

domingo, 17 de febrero de 2008

Er perro y la rata





Es muy jodido tratar de acusarme de xenófobo o racista. Viví durante 10 años en el extranjero y fui víctima del racismo casi a diario, así que el peo que tengo con el señor Farruco VI es de otra índole. Creo que hay dos ministerios que no se pueden dejar en manos de extranjeros: el de la defensa y el de la cultura. En una disyuntiva hipotética, preferiría que el de defensa estuviera dirigido por un foráneo antes que el de cultura. Desgraciadamente en nuestro país no es así y eso puede explicar el fracaso de la (indi)gestión cultural del gobierno.

El fracaso en lo que a políticas culturales no es nada comparado con el mojón que el gallego del gabinete le tiene metido a todo el mundo. Me refiero a la mentira con respecto al perro y la rana. No quiero especular sobre la cantidad de títulos o de ejemplares que en realidad se editan en nuestro país, ni elucubrar sobre los derechos de autor que pagan, ni siquiera ahondar en los precios que tienen algunos libros (verga, no me aguanto: la obra completa de Miguel James vale 40 bolos fuertes y el poeta está en la indigencia), mucho menos en preguntar por qué se editan unos libros sí y otros no.
El mojón principal con respecto a el perro y la rana (le debieron haber puesto “The dog and the frog” pa que fuera un mojón rimado) tiene que ver con su nombre mismo. El mentirosillo de Farruquín anda parriba y pabajo con el cuento de que el origen del nombre es ¡un petroglifo! Según él, milenario. El mojón es tan creíble que en estos días conocí a un carajo bien de pinga, muy inteligente y culto (no diré su nombre para no someterlo al escarnio ciberespácico), que sostiene y discute que es verdad. Hasta llegué a sospechar que el individuo en cuestión trabaja para The dog & the frog, sospecha que no he confirmado ni puedo descartar.
La ociosidad y la odiosidad que me caracterizan me llevaron a investigar entre entendidos en la materia, y tanto Lenín Ivánovich Parra como Cano Cifuentes, autoridades indiscutibles en el tema, confirmaron mi hipótesis: en el territorio venezolano en el que actualmente hay petroglifos no habían perros antes de la llegada de los españoles. Recordé al héroe de la resistencia indígena Tamanaco destrozado por un perro, a los aztecas e incas huyendo despavoridos y bastantes cagados perseguidos y diezmados por perros furiosos.
Como la tendencia ahora es criticar proponiendo, propongo cambiarle el nombre a esa verga. Se me ocurrió buscar otro animalito, importado también, que fuera una plaga tan arrecha como lo fue el perro entre los indígenas. También quería mantener el ritmo del nombre pa que no se notara mucho el cambio. Propongo entonces, llamar a la tal editorial “El perro y la rata”.
Para despedirme quisiera agradecer a las 14 personas que leen el blog, lo mucho que me ladillaron para que volviera a publicar cualquier güevonada en él. Más que ladilla era un reclamo que me levantó el ego en determinados momentos de depresión y de frustración por lo del desempleo y el haber tenido que irme de mi Maracaibo florido (separándome geográficamente de mi hijo Guaicaipuro) en busca de empleo. De verdad, ociosos de la verga, muchas gracias.